Piñel presenta una
obra dotada de frescura y autenticidad, no convertida en receta fácilmente
viable o comerciable. Sus telas aparecen cubiertas por manchas que se aproximan
más a un organicismo de tipo abstracto, que a una figuración reconocible. Bajo
estas manchas se abren con frecuencia otras, a manera de lagunas, y ambas se
muestran circundadas por campos de color cuyo límite coincide con el mismo
límite del lienzo. El lado informal no es aquí simplemente un complemento del
sígnico, es más, pese a llamarle informal, consideramos que se trata de un arte
eminentemente formativo, ya que lo puramente informal sería la extrema
degradación del abstraccionismo que deja de lado toda voluntad compositiva, y
en la pintura de Piñel, razón y orden sirven precisamente a un arte
eminentemente formativo.
Creemos que en su pintura trata de penetrar en un subsuelo humano y terrestre
cuyo misterio intenta revelar, descubrir visceralidades todavía inexploradas,
mundos arcanos para los cuales esa acepción nueva de la forma halla una razón
profunda: la de prescindir de contornos conocidos y destruir la simbología
precisa del signo, precisamente para encontrar un signo más genuino y una
composición idónea para la estructuración de su mundo.
Es difícil encontrar en sus superficies pictóricas un espacio abierto. Toda la
obra se desarrolla a diversos niveles planimétricos, y es la diferencia que
unos y otros señalan la que da noción de un espacio intermedio, anterior o
posterior, sin que en ningún caso fluya libremente entre los planos, negando
así toda posibilidad de existencia al vacío. Es de destacar la preponderancia
de un orden compositivo perfectamente equilibrado. Las manchas se ordenan con
frecuencia a partir de un centro o en torno a insinuadas coordenadas y es
la voluntad de captar la esencialidad por la vía de la sobriedad y del
ascetismo lo que caracteriza mayormente a su pintura.
Rosa Martínez de Lahidalga
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